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Un día en la selva

por Pablo Riedemann

caminata en la selva amazónica con Salvaje Travel

No hace frío ni calor. Afuera, se escuchan pájaros en los árboles (¿o serán monos?), y humanos empezando su día.


Me doy vuelta para ver la hora: 6 de la mañana. Siento algo en el pie, son las picaduras del día anterior. Recuerdo nunca más usar calcetines cortos en la noche en el amazonas.


Es un día especial, 18 de Septiembre. Costó tomar la decisión de pasar el día nacional de Chile escondidos en lo profundo de la selva peruana, pero ha sido difícil extrañar. Todos los días tenemos experiencias fuera de lo común.


Un mercado donde venden pociones de amor.

Una ciudad sin acceso terrestre.

Comer gusanos.

Búsqueda nocturna de lagartos.

Viajes en liana.

Un viaje de 6 horas en un bote sin asientos, solo hamacas.


Ya llevamos una semana de viaje, y sentimos también como se formó un grupo, liderado por la Tere, Elvio y Willy.


A la Tere le encanta viajar, se nota. Cada día es la primera en sonreír, y cada noche la última en acostarse. No nos hemos aburrido en ningún momento, pero tampoco estamos cansados, el ritmo del viaje ha sido preciso.


Elvio es el cuidador del grupo. Experiencia en distintos ambientes, instintos agudizados e historias que bordean lo mitológico.


Se podría escribir un libro de Willy, es un ejemplo de cómo las diferencias entre las personas abren la puerta a enseñanzas profundas. Algo sabe de enseñanzas Willy, en sus tiempos libres hace de guía espiritual en viajes de Ayahuasca.


Me sacan de mis pensamientos con un llamado irrefutable: el desayuno está listo. Cambio de ropa, calcetines largos, y empecemos con el día.


Después de llenarnos de calorías para la energía, comienza la primera actividad: una caminata para conocer los alrededores del lugar donde nos quedamos. Hay que partir temprano porque la humedad más tarde haría la caminata muy pesada.


Todo es muy distinto, pero familiar a la vez. Un árbol me recordó al Conguillío, un tronco macizo, hojas de distintos verdes que llenaban mi campo de visión. El verde del sur. La diferencia, es que en el árbol de al lado estaba descansando un perezoso. Nos escuchó llegar, miró con calma, y volvió a su descanso profundo y pausado.


Elvio nos contó de un árbol que servía a las tribus originarias de teléfono. Sus raíces, profundas y huecas, resonaban por cientos de metros al golpearlas. Si alguno del grupo se perdía, esta era la forma de contactarse con el resto.


Unos metros más allá, otro árbol. Ahora nos fijamos en sus huéspedes. Un grupo (¿panal?) de termitas se escondía tras una corteza porosa. “¡Mete la mano!” le dijo Willy a uno del grupo. Después de mirarnos entre todos con sorpresa, susto y miedo, Elvio puso su propia mano en el árbol, y las termitas la llenaron en segundos. Uno a uno nos fuimos sumando al rito, sufriendo leves cosquillas, y quedando con una sustancia pegajosa que servía de repelente.


Al volver de la caminata el instructivo era descansar. Me tiré en una hamaca a leer, y después de un par de páginas no pude evitar quedarme dormido. Me desperté con gritos. Venían del río.


Me acerqué y vi a varios del grupo con cañas de pescar en la mano. La Tere –siempre con más energía que cualquier otro ser humano– celebraba cada nueva captura. “¿Qué son?” pregunté. “Pirañas” me respondió. No se contentó con la sorpresa de mi cara, y agregó “son nuestro almuerzo, dale, ¡te toca!”


Comimos las pirañas en una mesa alargada, dentro de una carpa que protegía de los ya mencionados mosquitos enemigos. Acompañamos con papas, ensalada y chonta (el mejor vegetal descubierto por el hombre). Descubrí que los materiales y cocineros importan más que los implementos y el lugar.


Después de una tarde distendida, el broche de oro del día fue la ducha. A las 7 nos subimos todos al bote para ir a una playa del río. Toalla y jabón en mano, el agua amazónica era la encargada de sacar el sudor de nuestros cuerpos al final de cada día. Antes de entrar al agua, Willy y Elvio la azotaban con sus chalas para espantar los lagartos y monstruos mitológicos expectantes de turistas chilenos como nosotros. Los que no se asustaron fueron los delfines que nadaban a menos de 50 metros del grupo.


Una postal que quedará en mi memoria por años. Viva Chile, viva Perú



Nadando en el río Amazonas

Ad Deir Petra

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